domingo, 23 de agosto de 2009

Un asadito con Richard Stallman

Desde Peinate que viene gente... saludos

Entre todas las cosas que podría haberme propuesto hacer este año, sentarme a comer un asado con el gurú del software libre no figuraba en la lista. Pero a veces Córdoba se disfraza de cadena de azares y terminás esquivando los semáforos a las apuradas para llegar antes de las nueve a una cena en Villa Allende.

Vas tranquilo; sabés de antemano que es al pedo llevar la cámara de fotos y el grabador, la invitación es estrictamente gastronómica y para las preguntas está la conferencia que dará al día siguiente.

Resulta extraño, luego de repasar tanto material para armar una entrevista, ver a Stallman sin el loguito de Youtube, sentado frente al teclado pequeño de una portátil, armando un mail en indonesio. Está de perfil, enmarcado por el quicio de una puerta, en medias y con la misma ropa (al menos los mismos colores) con los que las páginas de consulta lo devuelven cuando tipeás su nombre.

—Por fin he podido escribir un mail en indonesio —anuncia cuando sale al patio.

Entre los presentes hay una camaradería que se sostiene sobre los pilares de la admiración y de la ansiedad. Stallman, indiferente a esas boludeces, anda en medias por la casa y conversa en perfecto español. No sé cuántos idiomas habla este tipo, pero es admirable para los que, como yo, de pedo que nos defendemos con el castellano.

Tengo un vino en la mano y un montón de preguntas pavotas en la cabeza. Ensayo formas de encararlo y que no se noten mis estrategias de curiosidad. Me gustaría saber qué piensa sobre trabajar en países como Argentina, donde hay que lidiar con tantas cosas que en su país no son, con colegas a quienes los sacás de las convenciones y se largan a llorar en tu regazo.

Fumo y pienso, pero no se me ocurre nada así que me callo. Ya habrá tiempo para la entrevista.

Todos ústedes han élehido suicidagrse —nos dice a los que humeamos.

Decido hacer lo que mejor me sale, que es mirar y no abrir la boca. Lo veo enfrascarse en una discusión mínima sobre cómo serían los números del uno al diez en código binario, lo veo ir a buscar lápiz y papel y anotar después una columna llena de ceros, unos y menos unos. Lo veo rascarse la barba, acomodarse el pelo.

Tiene mucho pelo y parece que sabe un pedazo.

El tipo se ha pasado un montón de años cascoteando teclados, destripando programas, buscando la forma de torcerles el brazo a las convenciones. Bien o mal, se ha convertido en el padre de una generación de informáticos buena onda, de tipos barbudos y taciturnos que, encorvados frente a un monitor, trabajan hundiendo las manos en las profundidades de un lenguaje que no comprendemos la mayoría de los humanos, para arrancarle los secretos a la mezquindad.

Es un objetivo noble, me dijo un amigo; hay que respetarlo.

Hasta los que no entienden un pomo de programación o software libre saben que hay un chabón que se llama Stallman. Stallman, el hombre del discurso revolucionario, el soñador un poco loco a quien se le atribuye la responsabilidad del dolorón de cabeza de empresas grandes como Microsoft.

Estamos a punto de sentarnos a comer un costillar. Lo tengo silla de por medio con el dueño de casa y me cuelgo tomándome unos vinazos. La cena es un repaso dilatado de temas como la libertad, la educación, los diarios, los gustos culinarios. RS mira a los presentes con sus ojitos pequeños, escucha con atención, se mete un bollo de ensalada y repite a cada rato:

—No, no entiendo, no escucho, habla más fuerte.

Lo dice con un tono metálico que resulta muy simpático.

El asador nos pone frente a las narices una batería de cortes riquísimos que el invitado estudia con atención.

—¿Kidney, Richard? —le pregunta al invitado. El gesto de Stallman se completa con un rechazo enfático a cualquier órgano (riñón y mollejas).

—Prefiero músculos jugosos —aclara.

Extraña manera de referirse a un asado.

Media hora y cuatro kilos más tarde, estoy otra vez camino a mi casa. Vengo embondiolado, lleno de vino, pensando en su apretón de manos, en el cholulismo adoctrinado.

Acabo de cenar con Richard Stallman. Happy Hacking, guaso.